Llegando a Buenos Aires me di cuenta que no tenía mi valija en la cinta, al salir del avión. Desde entonces vivo sin ella en el frio del invierno porteño. Estoy sin memoria física, como si el hilo de mi vida, representado por algunos objetos y cosas variadas que había elegido para viajar conmigo, se había cortado o desviado. Perdí supuestamente lo que me representaba al día de hoy, o sea una parte de lo que soy y de lo que era antes de llegar a la Argentina.Me afrento entonces a un presente y un futuro sin ser capaz de tejer lazos entre ellos y mi vida pasada.
En fin, esa sensación es muy rara y no tiene nada que ver con el materialismo o el hecho que sean cosas de valor. Pero más bien con afecto. Más allá de las puras necesidades que no hacen elegir una serie de objetos, ropa y otras cosas para llevar con nosotros, cuando se habla de armar una vidita, la reflexión es distinta. Pensas en las necesidades casi sentimentales que tendrás. Elegí por ejemplo unos libros, unos papeles que quería poner en mi nuevo escritorio no para acordarme de Paris sino como parte de mi identidad actual. Estos libros que me acompañaron últimamente tenían que ser los primeros testigos de un nuevo cotidiano por no decir nueva vida, a 11 000 km del lugar inicial.
Esa mala experiencia me permitió entrar ya en el trabajo de investigación que me anima y que me llevo a Buenos Aires, interrogando a una escala pequeña y personal la relación entre varios conceptos, como memoria e identidad respecto a los objetos, que sean del tamaño de una mano o del tamaño de una ciudad. El sentido que uno da las cosas físicas, y la importancia en su vida cotidiana y en su construcción.
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